El niño que leía a Quevedo
Cuando Alonso era un niño soñaba con enfermarse para faltar al colegio. Le gustaba quedarse en casa para leer todo el día sin que nadie lo interrumpiera. El niño que en vez de jugar con una pelota leía en voz alta a Góngora y Quevedo, no solo aprovechaba sus resfríos o fiebres para rendirse frente a una biblioteca. También sacaba ventaja de los malestares de su hermana Ximena. En cuanto ella acusaba síntomas de debilidad, aparecía Alonso con el verso y la cura: “Amor constante, más allá de la muerte” de Quevedo.
Blanca Varela decía que ser poeta era una manera de ser y estar. Alonso vivió una infancia rodeada de libros donde se esperaban los cumpleaños y navidades para recibir nuevas lecturas. Sus padres, el poeta José Ruiz Rosas y Teresa Cateriano, fundaron la librería Trilce, que fue el eje cultural arequipeño desde finales de 1950. La casa familiar y la librería fueron las fuentes que alimentaron su espíritu. Su manera de ser y estar en el mundo era la de un conquistador de universos literarios.
La proyección de toda esta educación sentimental se ha manifestado en poemarios como Caja negra (1986), Sacrificio (1989), La conquista del Perú (1991), Museo (1999), La enfermedad de Venus (2000), con el que obtuvo el Premio Copé en la IX Bienal de Poesía (1999), Estudio sobre la belleza (2010) y Espíritupampa (2015). También en otra de sus grandes pasiones: la gastronomía. Suyo es el libro definitivo de la comida arequipeña: La gran cocina mestiza de Arequipa (2008).
Alonso ha llevado una vida ligada a la cultura. Entre otros cargos ha ejercido el de agregado cultural del Perú en Francia y actualmente dirige el Centro Cultural Inca Garcilaso del Ministerio de Relaciones Exteriores. Pasados los años, el niño que leía a Quevedo mantiene vigente su amor por los libros, aunque ya no necesite fingir un resfriado para leer un día entero.
Alonso Ruiz Rosas (Arequipa, 1959)