Leído por Jeremías Gamboa
Desde la Torre de Vidrio veo las colinas blandas y oscuras
como animales muertos.
El aire es negro, susceptible de pesarse y ser trozado, y
usted no podrá creer que alguna vez
sobre este corazón ha estado el sol.
Los automóviles de los estudiantes son más numerosos
que la yerba y ellos los vigilan
desde la Torre de Matemáticas, la Torre de las Lenguas
Modernas,
la Torre del Comercio,
la Torre de Ingeniería,
la Torre de las Tazas de Té,
la Torre de Dios.
Los profesores miran también sus automóviles, con poco
disimulo. Y si usted se descuida
terminará por creer que éste es el mundo
y que atrás de las últimas colinas sólo se agitan el Caos,
el Mar de los Sargazos.
Aquí se hornean las rutas del comercio hacia las Indias
y esa sabiduría que pastamos sin mirar nuestros rostros.
Usted gusta de Kipling, mas no se ha enriquecido con la
Guerra del Opio.
Gusta de Eliot y Thomas, testimonios de un orden y un
desorden ajenos.
Y es manso bajo el viejo caballo de Lord Byron.
Raro comercio éste.
Los Padres del enemigo son los nuestros, nuestros sus Dioses.
Y cuál nuestra morada.
Las muchachas caminan despreocupadas y a pesar del frío
llevan las piernas libres y ligeras:
“Oh, mi delgadita, mi brizna de yerba, ven a mí”.
Los muchachos
tienen la mirada de quien guardó los granos y las carnes
saladas para un siglo de inviernos.
El Fuego del Hogar los protege de los demonios que danzan
en el aire.
Fuera de estas murallas habitan las tribus de los bárbaros
y más allá
las tribus ignoradas.
Lo importante es que los ríos y canales sigan abiertos
a la mercadería.
Mientras el trueque viaje como la sangre, habrá ramas secas
y ordenadas para el fuego.
El Fuego del Hogar
otorga seguridad y belleza: Y las Ciencias y las Artes
podrán reproducirse como los insectos más fecundos,
las moscas, por ejemplo.
El Fuego del Hogar
lo lava todo y estimula al olvido conveniente.
Negro es el aire, sólido, tiene peso y lugar.
Mucho ha llovido y la tierra está lisa como un lago de
mármol,
no ofrecerá ninguna resistencia.
Amigo Hernando,
tal vez ahora podría decirme qué hacer con estas Torres,
con la estatua de John Donne
-buen poeta y gustado por mí-, con Milton, con el Fuego
del Hogar.
Pero apúrese
porque las grúas altas y amarillas construyen otros
edificios, otros dioses
otros Padres de Occidente –que también han de ser
nuestros-.
Del libro Canto ceremonial contra un oso hormiguero (1968)